Haced lo que él os diga
Muchas veces se nos ha preguntado por qué Nuestra Señora y hoy queremos contestarlo. Pero para ello necesitamos un punto de salida y la cita de arriba, que probablemente hemos escuchado desde niños, sirve a este fin y sirve también como punto de llegada, puesto que es igual de probable que casi no hayamos reparado en ella.
¿Cuál es la imagen de María que tenemos en nuestra mente? Primero muy jovencita atendiendo al mandato de Gabriel, luego como madre de Jesús y finalmente coronada Virgen que, en su altar divino, escucha nuestras más terrenales súplicas. De la sencillez a la divinidad y entre la dimensión espiritual y la dimensión materna, hay un paso en que su silueta se pierde ante nuestros ojos. Entendemos que en esa pérdida hay una contextualización que se nos escapa. Creemos necesario en los tiempos que corren, traer su figura a la memoria y resemantizarla.
Sin ánimo de terrenalizar su imagen, sino al contrario, enaltecerla, María fue también mujer…. Y qué mujer ¿no? Mujer con todas sus letras. Y no podía no serlo porque sería la madre de Jesús y tendría que caminar hacia la muerte de su hijo y arrodillarse y verlo, nada menos, que ser clavado en una cruz. Y luego de eso, tendría que seguir viviendo. ¿Cuántos hombres y mujeres del mundo actual podríamos ser capaces de sobrevivir a esa masacre psíquica? La adjetivación que merece escapa al lenguaje y aquí cabe destacar que hablamos de un periodo en que la mirada hacia lo femenino era, por decir lo menos, perturbadora. Esta mujer de la que hablamos, con una potencia que asciende desde el olvido para instalarse en la restauración fundacional, fue capaz de ordenar a su hijo hacer un milagro. Y más osado aún, ordenarlo sin su consentimiento: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora, le había contestado Jesús. Según explican los teólogos, el sintagma es un semitismo que descarta una intervención. Hoy sería como decir ¡no te metas, mujer!, exclamación suficiente para agachar la cabeza en tiempos de Jesús. Es más, no solo parece una desobediencia que su hijo no refutó, pues la hora de Jesús, esa que todavía no había llegado, era la que Dios había determinado para la glorificación.
Pues bien, nuestra mujer fue la que finalmente determinó cuál sería esa hora.
Bien a modo de fe para los creyentes, bien como anhelo para quienes no lo son tanto o bien a modo de metáfora para quienes definitivamente no lo son, cabe pensar que María mujer golpea con la intensidad de una daga en el tiempo, articula una intemporalidad imperecedera y permite congelar por un momento su imagen, quitarle el solo ser simbólico y dotarla de un tiempo específicamente actual. María madre y María Virgen abrazan a María mujer que la contemporaneidad puede trasponer.
Pero, ¿qué tiene que ver esto con la pregunta inicial? Pues viene a canalizar la razón por cuál nos hemos nombrado a nosotros mismos. Lo anterior vale a modo de respuesta sincrónica del presente, porque si fue capaz de trocar la hora de la glorificación, bien respondería a nuestro llamado y se quitaría su manto por un momento para cubrirnos de él; arroparnos como madre, darnos un pequeño milagro desde su divinidad y enseñarnos a redirigir nuestras lágrimas ante la pérdida de un hijo, tal como lo hizo ella frente a la muerte del suyo. Le pedimos que tendiera sus manos en la interioridad de nuestra fatiga y como quien dice después de la tormenta, convirtiera nuestras lágrimas en letras, en números, en historia.
Luego de la pérdida de nuestro hijo, hermano y sobrino Álvaro, levantamos nuestra mirada hacia esa mujer y le preguntamos, ¿cómo podíamos hacer resucitar nuestros corazones desconsolados? ¿En qué lugar debíamos vaciar el dolor que su ausencia dejaba en nuestras vidas? Bajo su luz, nos contestamos como familia y comprendimos que debíamos mirar a nuestro alrededor y caímos en la realidad. Vimos cómo nuestra patria se debatía entre la pobreza y falta de libertad, entre el abandono y la falta de educación. Y ahí estaba nuestra respuesta, porque teníamos la materia prima y nuestras herramientas, aunque sencillas y soñadoras, podían abrir camino a nuestra comunidad más cercana.
Traer a Álvaro hoy a nuestra memoria, vale también para resignificar su vuelo y dar un paso más a nuestro entendimiento, contestar a la interpelación que alguna vez exclamamos… ¿Por qué? La misma pregunta que se habrá hecho María madre y María mujer. Hoy podríamos decir que por su ida, han venido muchas más vidas a nuestro lado. Así nació un proyecto familiar y así nació el Colegio Nuestra Señora. En un caserón gastado, encerrado en veredas cercanas a nuestros recuerdos, levantamos cariñosamente una salida y nuestras heridas respiraron a través de nuestros sueños. Comenzamos a vivir risas y dejar de soñar lágrimas. Cada año contemplamos los dibujos que recorrían las miradas de aquellos niños que venían a acompañarnos, los brillos marrones de sus pupilas y notamos el tiempo avanzar. Entonces, nos hemos regocijado y hemos entendido algo más de la vida y sus laberintos que, aunque a veces desorienta, siempre susurra esperanzas.
¿Por qué Nuestra Señora? Porque la hicimos nuestra y la nombramos señora. Porque cada vez que decimos nuestro nombre la evocamos y en ese continuo retorno siempre queda resonando el velo que la envuelve. Porque cada vez que nos llamamos enunciamos su nombre, el nombre de la mujer que nos tendió la mano, enjugó nuestras lágrimas y, con su manto divino y santo, llenó de calidez nuestros más fríos y ásperos dolores.
SONIA CATALINA DURAN